lunes, 19 de diciembre de 2022

El periodista que cambió el mundo

 «El hijo de la gran puta ha sido detenido esta misma mañana». Estalló la revolución. Cuando aquel reportero del telediario se atrevió a llamar a las cosas por su nombre, la historia del periodismo cambió en el país. Las otras cadenas de televisión decidieron copiar la idea y ya no quedaba un reportero que no hablase con sinceridad y de manera explícita.

Después le siguieron los periódicos: «El chorizo llenó su cuenta con las arcas del ayuntamiento. Sus colegas igual de sinvergüenzas le defendieron y como los votantes a veces parecen gilipollas, la cosa no cambiará». Asesinos, ladrones, corruptos… recuperaron el título ganado a pulso; perdieron los calificativos débiles y descripciones suaves, insulsas, que se inventaron en las facultades de comunicación o en los equipos de redacción de los medios para no hacer daño. Desaparecieron expresiones como “presunto autor” o “principal sospechoso”.

«Hoy nos encontramos con la familia del depravado, ¿cómo se siente al darse cuenta de la asquerosa educación que ha proporcionado a su hijo?». El público aplaudió la iniciativa, demandaban cada vez mayor claridad; los tertulianos perdieron su trabajo, ya había quienes unían improperios y actualidad sin necesidad de consumir estupefacientes. Los delicados e intocables futbolistas se convirtieron en «inútiles millonarios incapaces de meter una bolita sin instrucciones de un equipo de 20 entrenadores y miles de personas detrás». Los cines empezaron a tener solo taquillazos; no se veían en cartelera los «bodrios de gente desgraciada ni superhéroes más repetidos que los especiales de Navidad». Los premios de periodismo se daban por honestidad y sinceridad. Todo era más sencillo y campechano, sin retórica, sin hipocresía.

Por suerte, nunca entraron a valorar ninguna puta mierda de artículo ni blogs de escritores frustrados. 

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