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Ribera. Río Duero. |
El paseo por la ribera al anochecer. Sin duda, lo que más me gustó de la visita a Oporto -Porto- fue ese par de horas caminando lentamente y sentándome cada vez que me apetecía, mirando a la orilla de enfrente, al puente metálico de Luis II, a las luces que se iban encendiendo, al resto de transeúntes, escuchar la música de aquellos artistas callejeros que intentan ganarse dos duros entreteniendo a la gente que, como yo, disfrutaba de aquel lugar emblemático, embelesador y tan relajante. Empezar con los últimos rayos del sol veraniego y terminar con el cielo completamente oscuro, algunas estrellas que se escapan a la radiación urbana y las lucecitas de los establecimientos en la orilla de enfrente.
Oporto es una ciudad que se puede visitar en dos días. Hay quien se podría llevar las manos a la cabeza por lo que estoy diciendo, pero creo que no hace falta mucho más y se puede integrar –como yo hice- en un viaje por el norte de Portugal. Lisboa, Braga y algunas playas y pueblos de la zona pueden completar una ruta muy chula, por ejemplo esta: RUTA NORTE DE PORTUGAL.
Imprescindible visitar la enorme Praça da Liberdade, que empieza en la Avenida de los Aliados, coronada por el ayuntamiento y el monumento a Garret en un extremo y un águila imperial encima de un McDonalds en el otro, próximo a la estación de trenes. Otra auténtica maravilla. Con sólo entrar, ya puedes disfrutar de la historia de Porto en aquellos azulejos y pinturas representando la conquista de Ceuta, la batalla de Valdevez o la vida en el campo.
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Iglesia del Carmo. Lateral de azulejos blanquiazules. |

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Librería Lelo. |
La torre es el típico mirador que nos permite ver una panorámica de la ciudad desde el cielo. Es bastante alta con respecto al nivel del río, lo que hace tener una fotografía muy buena de la orografía del terreno. Pero la considero otra trampa de turistas...
Al igual que Lisboa, es una ciudad para pasear tranquilamente, sin un rumbo claro, fijándonos en las fachadas –algunas ruinosas- que le dan un toque pintoresco a la ciudad. En algunas calles, que no sean demasiado turísticas, todavía se puede palpar el pueblo, la gente humilde y campechana que habita en aquellas casas céntricas de dos o tres plantas, pero que parecen estar a punto de venirse abajo –la gente y las casas-. Si desde la plaza del ayuntamiento se van haciendo 'S', callejeando cientos de metros a un lado y cientos de metros a otro lado, bajando poco a poco hasta la ribera del río, se puede disfrutar del Porto más profundo, el verdadero.

Ahora que se acerca el buen tiempo y la fecha es más apropiada que en la que escribí la última vez, por el mes de noviembre, recomiendo que le echéis un vistazo a esta zona y a esta ciudad en particular. Merece mucho la pena. Como la francesinha, un producto típico de Porto que es mejor pedirlo para almorzar, porque la digestión de las dos o tres capas de jamón york, queso fundido, huevo, sándwich, salsa y demás podría hacerse pesada por la noche…
Para los que sepan de vinos, la orilla opuesta al centro de la ciudad tiene bodegas y restaurantes en los que se pueden hacer visitas y degustaciones. En mi caso, poco lo iba a disfrutar… pero se puede ir dando un paseo cruzando el puente de Luis II.

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