Hace tiempo que acabó el verano, pero para mí no demasiado. Ha sido un verano un poco especial, tanto en lo personal como en lo profesional, por eso tampoco es que haya actualizado mucho el blog, salvo aquella noticia de que volvía a Nervión para una tarea novedosa y muy interesante, que por cierto va bastante bien encaminada y que espero mostrar algunos resultados en próximas fechas.

Ahora vuelvo a “bloguear” y poner algunas cosillas que considero interesantes, puesto que a partir de ahora puede que por las tardes tenga algo de más tiempo, o por lo menos el suficiente tiempo como para estar más descansado y con la mente más fresquita.

Si algo he aprendido este verano es que hay cosas por las que uno tiene que dar la vida, entregarlo todo. Y se acabó. Es que no se puede escribir mucho más ni crear un ensayo filosófico en el blog, aparte de porque podría suponer un enorme tostón por el que muchos de los que hayáis venido a leer dejaríais de hacerlo de por vida, porque es un debate muy profundo, en el que cada persona tiene su manera de pensar y su opinión.

Ser firme en los ideales en los que uno cree, sostener los valores personales que has ido alimentando en tu vida y no renunciar a tus creencias o a tu filosofía de vida es toda una proeza cuando se tambalean bajo tus pies las columnas sobre las que apoyas tu vida. Porque en esa situación, en la que parece que todo se va a desplomar, aunque realmente no sea así y no sea más que una tormenta de las que asustan en el océano a miles de barcos diariamente, es cuando uno analiza y profundiza en lo que verdaderamente desea y si lo está consiguiendo o no. Si está cerca o lejos. Si es una meta real o de mentira.

Muchos habrán renegado de todo su “yo” interior. Otros, al darse cuenta de que se estaban convirtiendo en quienes nunca habían sido, despertaron, se hicieron fuertes en sus columnas y otearon al horizonte mirando realmente las metas que tenía propuestas, mientras tomaban de nuevo las riendas de sus deseos y, aun temiendo que los caballos se desbocaran y huyeran para siempre, se agarraron a las columnas y siguieron en su lucha de perseguir sus objetivos.

Lo avisé al principio, podía ser demasiado profundo este artículo si íbamos por este camino. Y puede que algunos de ustedes ya hayan puesto el grito en el cielo porque no estén de acuerdo. Otros, estarán elucubrando sobre mi verano y diciendo aquello de “Lo sabía” o “¿Lo ves tú?”, como si en las redes sociales no hubiese dejado ya restos de mis pensamientos, como el Tenorio en el Segundo Acto, que en el panteón, rodeado de todos aquellos a los que había matado, le recordaban lo cruel y malvado que había sido moviéndose sólo por su egoísmo.

Pues pasó el verano. Y aunque ahora haya menos horas de luz y más días de lluvia y frío, yo he conseguido encender el cisco de una estufa, me he tapado bien con una manta recién tejida por mí mismo y me he preparado con nueva ropa de abrigo, para que cuando llegue el buen tiempo, no me coja enfermo, solo y perdido como este verano llegué a estar.

Alex González.

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