
Escogí Lisboa -o se me vino a la cabeza- porque este verano fui con mi mujer, después de 6 años en los que la ciudad ha cambiado bastante -aparte de masificarse, tiene muchos edificios restaurados que antes tenían "bonitos" desconchones en la pared, que le daban ese toque diferente-. Pero podía haber sido cualquier otra ciudad. La primera vez que fui, en 2012, cogí más tranvia; esta vez, en verano y en este viaje "mental", me dedico a caminar, a bajar desde Chiado hasta la "Praça do Comércio", donde la inmensidad del mar se muestra imperante, desbordado. No parece un río, parece el mar llegando hasta el centro de la ciudad. No sería tampoco mal sitio para un "café contemplativo". Puede que algo más caro, pero la vista se perdería en aquella plaza abierta, limpia, clara, en la que las gaviotas no tienen miedo de los turistas y posan, unas veces en el suelo, otras en el aire, como si quisieran ser etiquetadas en todas las fotos de Instagram y Facebook, con el hashtag de #Lisboa, #travel, #experience y demás cursiladas. Pero ahora no me quiero quedar ahí, aunque despierto de ese paseo mental, recuerdo la orilla del muelle y los bancos de piedra con el puente "25 de abril" de fondo invitando a quedarme clavado de nuevo -si no hace frío, que en mi cabeza no se contempla porque a finales de febrero o en verano, cuando yo he estado, no se estaba mal-. Subimos la calle con más restaurantes para turistas, la calle Augusta. Es preciosa.
Más con el imponente arco de fondo, las farolas con forja de acero imitando el estilo decimonónico (no sé si realmente son de aquella época pero parecían muy nuevas, recién restauradas) y aquellos establecimientos parecidos a los "ultramarinos", donde las latas de conservas, de paté, de sardinas... se ofrecen a la vista en cuidados escaparates, parecidos a los de los años 60 o 70, en los que Lisboa vivió su particular "revolución de los claveles". Al terminar la calle, un poco antes quizás, hay una trampa para turistas: el típico elevador que sube una torre para ver la ciudad desde arriba del todo. Nunca tuve mucha ilusión por subir, la verdad. La auténtica vista de mirador está en el castillo de San Jorge, en el extremo sur de la ciudad. Una visita al castillo, por más alto que esté, siempre será recompensada con aquella vista de Lisboa a sus pies.
En la "Praça do Rossio" -que también se le llama de Don Pedro-, la última vez que fui, millones de grupos de turistas se agolpaban para subir a los tranvías, rodeada de jóvenes guías que, a duras penas y con un pequeño micrófono, van describiendo la ciudad o lo que hubieran contratado ver -que no es lo mismo y, a veces, ni parecido-. Pasamos la plaza y buscamos la libertad. Por más poético y cursi que me haya quedado, en realidad es que es lo que buscamos: la Avenida de Liberdade, que empieza con la maravillosa estación central digna de ver -como la estación de tren de Oporto, de la que hablaremos otro día-. ¿Un café aquí? Como sigamos bebiendo café vamos a poder volver andando hasta Sevilla de la hiperactividad. Pero puedes reemplazar cualquiera de las cafeterías del principio del post. Si seguimos subiendo la avenida, llegaremos a la parte más moderna de la ciudad. Incluso, ya al principio, se ven comercios más actuales como el Hard Rock Café, Mango, Zara, etcétera. El paseo que me provocó aquel café de los turistas de Santa Justa tenía reminiscencias del paseo que di durante el último verano y llegué hasta una callecita que supongo desconocida para los turistas -As Velhas-; subida en silencio, poco alumbrada y en curvas cerradas como meandros en una sierra. Hasta el mirador junto al jardín Principe Real. Esta calle tenía un par de tascas locales -alejadas de las cartas en cuatro idiomas de traducción simplista- con pulpo, mariscos y pescado fresco a un precio más que razonable. Al llegar al mirador, algo exhaustos, comprobamos que el famoso tranvía elevador donde los turistas nos machacamos a fotos la primera vez que visitamos Lisboa nos hubiese ahorrado la caminata y llegaba muy cerca. Pero descubrir una calle así merecía la pena. Nos permitió haber conocido la Lisboa que se resiste a desaparecer, la de las tascas y pulperías auténticas.

En la "Praça do Rossio" -que también se le llama de Don Pedro-, la última vez que fui, millones de grupos de turistas se agolpaban para subir a los tranvías, rodeada de jóvenes guías que, a duras penas y con un pequeño micrófono, van describiendo la ciudad o lo que hubieran contratado ver -que no es lo mismo y, a veces, ni parecido-. Pasamos la plaza y buscamos la libertad. Por más poético y cursi que me haya quedado, en realidad es que es lo que buscamos: la Avenida de Liberdade, que empieza con la maravillosa estación central digna de ver -como la estación de tren de Oporto, de la que hablaremos otro día-. ¿Un café aquí? Como sigamos bebiendo café vamos a poder volver andando hasta Sevilla de la hiperactividad. Pero puedes reemplazar cualquiera de las cafeterías del principio del post. Si seguimos subiendo la avenida, llegaremos a la parte más moderna de la ciudad. Incluso, ya al principio, se ven comercios más actuales como el Hard Rock Café, Mango, Zara, etcétera. El paseo que me provocó aquel café de los turistas de Santa Justa tenía reminiscencias del paseo que di durante el último verano y llegué hasta una callecita que supongo desconocida para los turistas -As Velhas-; subida en silencio, poco alumbrada y en curvas cerradas como meandros en una sierra. Hasta el mirador junto al jardín Principe Real. Esta calle tenía un par de tascas locales -alejadas de las cartas en cuatro idiomas de traducción simplista- con pulpo, mariscos y pescado fresco a un precio más que razonable. Al llegar al mirador, algo exhaustos, comprobamos que el famoso tranvía elevador donde los turistas nos machacamos a fotos la primera vez que visitamos Lisboa nos hubiese ahorrado la caminata y llegaba muy cerca. Pero descubrir una calle así merecía la pena. Nos permitió haber conocido la Lisboa que se resiste a desaparecer, la de las tascas y pulperías auténticas.
Nota "post-post": ha sido un paseito bonito, tranquilo y relajado, de alguien que ya ha ido a Lisboa antes, pero dejo atrás la pastelería de Belem y el anexo convento de los Jerónimos (es impresionante por dentro y siempre está vacío, porque lo que recomiendan las guías es comprar pasteles ¬ ¬ ), también paso por alto la visita a los dos estadios grandes de la ciudad (visita muy recomendable) y el paseo por la moderna reconvertida Expo '98... Como ya advertí hace tiempo: las rutillas que voy a poner en el blog son paseos que me gusta hacer o me gustaría haber hecho en esas ciudades, en este post uno de ellos. Espero que lo disfruten alguna vez.
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