No creo en los milagros. Es difícil de pensarlo después de la ristra de vídeos cofrades (o religiosos para algunos) que he ido colgando en las últimas semanas, ¿verdad?

Pero no. No creo en los milagros. Ni creo que una Virgen o un Cristo te puedan ayudar demasiado en una misión personal o profesional.

Lo que pasa es que a veces, me lo ponen muy difícil y tengo que rebatir miles de argumentos. Algunos pensados por mí mismo.

Verán, les voy a presentar a Miguel.

Miguel es un abuelo que vive en el Tardón. No es mi abuelo, pero como si lo fuera. Una persona correcta, educada y respetuosa. Muy educada y muy respetuosa. Sabe perfectamente cuándo estamos de cachondeo y cuándo no. Le ha tocado una familia que con dos tonterías se reúne y forman un cachondeo. Él siempre suele participar de la fiesta.

Es muy macareno. Descendiente del bordador Rodríguez Ojeda, orgulloso de ello, pero no se da golpes de pecho ni va alardeando por ahí. Es una persona humilde que con saber lo que sabe y vivir lo que vive ya le vale. Y escuchándolo se aprende de la Historia de la Semana Santa y de la Macarena. Siempre me gusta oírlo hablar sobre nuestra Hermandad, porque da gusto escuchar a una persona que, sin fanatismos ni tonterías de politiqueo, te cuenta lo que ha vivido dentro de la Basílica o dentro de la cofradía.

Toda la vida ha salido con mi familia de nazareno. Desde que yo lo conozco, a principios de los noventa, entraba en el último tramo del cortejo de palio, el 12 de Virgen, ese deseado tramo donde tu cirio es distinto al resto y muestra tu fidelidad con la Hermandad y la Virgen.

Ya no puede. Es muy mayor y los achaques de la edad sólo le permiten ver la cofradía un par de veces en su Estación de Penitencia. Sólo él sabe lo que ha tenido que pasar en los últimos años. Sólo él sabe que a quien más amaba se la llevaron esos mismos ángelitos que en la canastilla del Sentencia y a los pies de sus candelabros fueron caminando junto a él muchas madrugás pasadas. Pero también sabe él que quien más lo quiere sigue a su vera y ojalá que por muchos años.

Este señor es una persona admirable. Por lo menos yo lo admiro. Y lo respeto.

Y este año, con las piernas crujiéndome desde Cuna, con los gemelos a la altura de la nuca, sin salirme a desayunar -eso no me gusta y ya puedo estar llorando de dolor que no lo quiero hacer-, cuando llegué a la altura en la calle Feria en la que él estaba, solo pude abrazarlo. Despertó en mí una fuerza, una ilusión, una Esperanza...

Maldita sea. Yo, que no llego a los treinta años, voy quejándome por todo, de vicio y por una tontería en las piernas. Miguel, de pie, recibiendo a sus nietos para regalarles un beso. Con todo lo que ha pasado en este último año "pachuchillo" de salud y está de pie, esperando a su Virgen de la Esperanza. Más quisiera él poder estar donde yo y seguir caminando hasta la Basílica. Maldito seas, Alejandro.

Y me dio el empujón que me hizo falta para terminar la Estación de Penitencia. Fue él y nadie más quien me hizo ver que no todo el mundo tiene la suerte de estar donde yo he estado. Que no todo el mundo reparte Esperanza. Él sí lo hace, aunque no salga ya de nazareno. Su presencia, sus ojos llorosos al ver a su familia a los pies de la Esperanza Macarena, eso es repartir Esperanza.

Gracias, Miguel. Leas o no esto, gracias. Gracias por mostrarme la entereza que tienes. Gracias por muchas más cosas, pero gracias, hoy, por haberme dado Esperanza

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