Hace unos años fui a una despedida de soltero, en la que la actividad principal con el novio era someternos a varios escenarios de paintball. No se me dio mal, pese a mis dioptrías y el exceso de kilos, concentrados especialmente en la barriga; hubo gente más jodida que yo en los campos de tiro y que duró menos en cada partida. El casco, el chaleco antibalas y un traje militar que no era más que un mono verde de mecánico mil veces usado, ya te ponían en situación; la angustia se apoderaba de ti y un sentido extraño de supervivencia acrecentaba la tensión de la competición. Añadan el calor de una mañana de mayo en Málaga, más próximo al interior que a la costa.
Llegamos a la conclusión de que, si estallaba una guerra, aquellos hombres abyectos seríamos los primeros en morir. La barbacoa, el chalet con piscina y un bar extraño con cubatas baratos, pero lleno de hombres con mala pinta y mujeres sin papeles y autónomas, que cobraban por horas, mejoraron la moral de la tropa. Tropa medio dormida a eso de las once de la noche, dicho sea de paso.
No recuerdo si fueron los Reyes de 2023 o 2024, pero me regalaron una edición preciosa de “La Forja de un rebelde”, de Arturo Barea, con sus tres tomos o volúmenes, empaquetados en una caja que provocaría un ictus a más de un derechista… Pues no he podido leerlo hasta estas Navidades pasadas y, sin embargo, cayó —cayeron—, en muy poco tiempo.
Aunque los dos primeros tomos me han gustado más que el tercero —“La Forja” es un retrato crudo de un Madrid podrido, lleno de pobreza y hambre, del que es capaz de sacar lo bello, lo natural, una pizca de añoranza o incluso melancolía; y “La ruta” un impresionante ensayo sobre la guerra de Marruecos como nunca lo había leído y con una capacidad de contextualización, si se dice así, y de mostrar al lector lo que ocurrió como si arrastrásemos el muñequito del Google Maps hasta primera línea de batalla, y lo que se estaba cociendo para lo que venía en ciernes…—, es en el último donde tuve que parar un momento, colocar el marcapáginas y cerrar el libro. Pensé. Puse esa cara que se pone cuando uno se queda en la puerta de la cocina sin saber a qué se iba. Entrecejo apretado. ¿Qué haría yo en una guerra?
De este tercer volumen saqué lo más jugoso, pese a no gustarme tanto. Quizás me sentía menos identificado con el protagonista o no me veía tan voluntarioso como él. Porque, para empezar, tenía unos ideales bien marcados desde antes de empezar la guerra. Las circunstancias personales del autor, además, eran muy particulares, por lo que no me servía tampoco como referencia para resolver mi duda. Sin embargo, intento trasladar mi vida actual a un golpe de estado, a un conflicto bélico de los que pueden surgir con tanto líder pretencioso y egocéntrico en España, en Europa… o en el mundo, y me cuesta contestarme a mí mismo. Por nuestra experiencia en el paintball, está visto que debería evitar a toda costa ir al frente.
Aquí empiezo una serie de artículos o relatos, al estilo de aquellos libros de nuestra infancia —al menos de la mía—, de “tú eliges la historia”, en la que podíamos avanzar en el relato entre dos opciones que se nos daban al final de cada capítulo —por lo que fuera, yo nunca terminaba bien ninguna de las historias, espero que en mis propios relatos sea capaz—.
Te invito a que me acompañes en las próximas semanas a leer cada artículo con todas las opciones que veo posible en una guerra. Y tú, ¿dónde te ves en mitad de una guerra?
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