Hace mucho tiempo que llevo sentándome en el estadio de la misma forma: espalda pegada al asiento, vista medio perdida, de lelo, como si fuera enganchada de un hilo al balón, boca cerrada y respiración de resignado, no de fanático. Que sea invierno o verano solo cambia que meta las manos en los bolsillos de la sudadera o en el fachaleco. Quizás también hunda la barba en la braga del cuello. La compañía es incapaz de sacarme mucha palabra, aunque tampoco es que sea mi especialidad; mi hermana, mi cuñado, mi hermano incluso, o mi padre, en la fila de arriba, como el arcángel San Gabriel. Las cosas han cambiado y ahora ya no me gustan.
No quiero que este artículo sea el de un pollavieja, como se dice ahora, que viene de vuelta de todo en la vida, porque no creo que sea así. Pero quizás puede ser más un toque de atención a navegantes que, en mi altivez, sirva de aviso ante lo que considero pintan bastos. Tampoco quiero volver a traer un refrito de recuerdos como mal conté en este post: ENLACE, sino mirar hacia delante, sujetándome a los lados.
Todo cambia. Por eso existen las modas. Y el no gustarte es más porque, en este mundo de marcas, no eres parte del público objetivo. Y así ha sido con el fútbol. El aficionado del estadio, de club, de carnet y participación activa ya no es lo que interesa. Ni lo que considerábamos bueno en lo meramente deportivo, puramente futbolístico (por seguir utilizando adverbios de modos grandilocuentes) lo es ya. No es que ahora sea mejor ni peor, sino diferente. Y solo los que han nacido con este nuevo producto sabrán disfrutarlo. El telespectador (a ser posible, que lo pague bien), da igual desde dónde y da igual su equipo preferido.
El tedio de paradas interminables, interrupciones absurdas, jugadores teatreros que, pese a doscientas cámaras alrededor, exageran golpes y contacto en un deporte que ya no es de contacto. Aburrimiento. Quizás los de la televisión saben venderlo mejor y, como yo le quito el audio, todo me parece una pantomima de lo que llamábamos fútbol. Lo sigo viendo por eso que considero identidad, pertenencia. Mi equipo y mi ciudad. Y quizás porque, ingenuamente, espero que me sorprenda un partido y ocurran cosas de otros tiempos. No sé si apagar la tele y decir “anda ya”, o rebelarme contra un cambio claramente orquestado, pero que, al ser empujado por una moda, es más difícil de tumbar. Las modas también pasan, por eso es bueno estar agazapado, esperando como los felinos para volver.
Me pasa con muchas otras cosas: el Carnaval, la lectura, los programas de televisión… Nunca me he llegado a reír con Broncano. Mucho menos con Motos, del que ya nunca entendí su éxito con el programa para chabacanos y otras gentes de cortas luces. Pero es que Broncano, además del tirón político que trae detrás, muy impostado y absurdo para los que no tenemos un fusil alquilado en el club social de ninguno de los bandos, hace un humor para gente más joven, o esa es mi impresión. Cierto nivel cultural es necesario, correcto. No se puede estar abajo del todo en la escala, pero también hay que ser joven. No de edad, sino de mentalidad. Una mentalidad “actual”. Ahí no estoy. Como tampoco entre el público de Dazn. No sé si es el tono jocoso cuando mi equipo se está jugando algo, el morbo por el morbo, con la excusa de buscar el espectáculo, o que no es lo que yo considero un espectáculo, pero han traído de las américas, el show de la nada. No aguanto ni un partido entero por televisión. Me aburro. Sigo la pelota, veo cositas de colores moverse, pero soy incapaz de analizar, de disfrutar, de entender lo que estoy viendo. Y termino apagando la tele.
He vuelto a coleccionar estampitas. En realidad, fueron mi mujer y mi suegra, intentando reconstruir un recuerdo, que empezaron el álbum de la liga a mi hijo. Al final, he sido yo el que se lo he tenido que completar, con esa manía friki de no dejar nada a medias y, menos, una colección. No conozco el 80% de los jugadores. Atrás queda mi época en la que me pensaba trabajar con Víctor Orta. Mis infalibles pronósticos en el Comunio. Mis apuestas a principio de liga. Todo lo he perdido, porque todo ha cambiado. Yo también.
Viejo gruñón. Puede ser. Pero cuidado con achacar a la edad estos males, porque sería un veredicto muy trivial. Lo que, al menos, puedo decir es que soy coherente con mis pensamientos, con mis gustos y como un junco frente a modas temporales. Escribir más es permitir o facilitarle el camino a los lectores que quieran criticarme, por eso quizás sea mejor cerrar el artículo, pero avisando que, aunque sea una moda, el fútbol lo han hecho un negocio de tal magnitud y hay tanta mierda por debajo, por dentro y por encima, que dudo mucho no reviente como la sufrida burbuja inmobiliaria, destrozando la historia de más de un club y la pasión de sus aficionados. Pero, bueno, como en la grada, meteré las manos en la sudadera, volveré a hundir el cuello y me encogeré de hombros.
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