La afirmación "El Carnaval es del pueblo" necesita una profundización filosófica que permita esclarecer mediante la razón si es verdadera o una falacia creada a modo de eslogan. El problema que ocurre es que analizar una fiesta popular como debe hacerse desde la óptica de la sociología o la antropología es cosa muy habitual de pedantería, aunque ayuda a comprender las costumbres de una tierra. A veces lo hacen no expertos, como es el caso, pero esto aleja el resultado de cualquier valoración profesional, sino como simple opinión personal, causando una mayor pedantería por simple utilización de la terminología en boca de quien no está habituado a ellas y expresiones que se emplean en este tipo de estudios. No obstante, al ser un blog personal, puedo permitirme este intento de ensayo, seguramente mucho mejor realizado y analizado por profesionales en la materia. O no.

En primer lugar, acercándonos al concurso del Falla, se puede afirmar que, al menos de manera teorética, el Carnaval no pertenece al pueblo, en tanto en cuanto pertenece a los Organismos e Instituciones que, aun siendo públicas, no se apoyan en el pueblo más que para la obtención del poder o conservación del mismo y solo en los momentos en los que se presente posible cambio o renovación de los poderes. Estos Organismos e Instituciones son la nueva aristocracia decimonónica, o los antiguos terratenientes de mediados del XX, pero con caracter menos autoritario y caciquil, aunque con las mismas posibilidades de manejo del pueblo. Ahora es una clase parecida a la burguesa, de gente no nacida de sangre "noble", pero que toman el poder gracias a la reordenación y partición de poderes, mandos, delegaciones y otros asuntos de gobierno, partiendo de una hipotética democracia que hace pensar al pueblo que tiene el poder de elegir y de mandar sobre lo que ocurre en la ciudad. El Carnaval, desde hace generaciones de artistas, no es más que un elemento o Fiesta en el que vieron las clases altas que se les hacía crítica, de manera más o menos velada, pero que entretenía al pueblo; y optaron por adoptarla para adaptarla; de manera que podían poseerla y apropiarse de algo más del pueblo.

Pero el pueblo, en su creencia de poseer la Fiesta y con una filosofía teleológica, es decir, utilizando la razón para llegar hasta un fin determinado, entonces, erige héroes. Ocurre en otras disciplinas artísticas o deportivas; es una acción del pueblo, que enaltece y cada vez con más determinación y premura, con precocidad, autores que destacan o componentes que resaltan en una actuación grupal. Al ser un criterio subjetivo, no se puede emplear la razón para definir un valor que permita asegurar qué autor es mejor que otro, pero sí un conjunto de propiedades que permitan formar un ramillete de "estrellas" del Carnaval; Estrellas en tanto en cuanto a fama, popularidad, premios, críticas y remuneración económica. Y que no se confunda el lector, estos héroes no son eternos, caen. Más si existe la autoproclamación de héroe o se considera abanderado de una lucha social, de una causa o, directamente, se considera el abanderado del pueblo, por haber causado sensación y haberse visto encumbrado por la fama durante uno o varios años.

Los autores que más tiempo han conseguido estar entre los más aclamados no tienen títulos, seguidores o fama por sus letras, sino por muchas más variantes, promovidas todas por una repercusión mediática que se vio acentuada por la difusión televisiva a finales de los 90 y principios del XXI. De indudable calidad muchas de sus obras, lanzaderas de sus éxitos, pero de dudosa calidad que lo sean todas sus obras. El autor que, viéndose encumbrado por el público -normalmente de nivel medio bajo y entiéndase "normalmente" por lo que marca la norma, que no la media o la mediana, que entonces bajaría bastante más-, se autoerige como héroe o abanderado de una causa, deja por sí de abanderar la causa, puesto que ya acude a liderar una lucha de egos que quedan lejos del objetivo primordial de su causa primera. Como es el pueblo quien elige sus héroes, puede mantenerse en la cresta de la fama y la gloria durante un tiempo, gracias a cierta inercia, pero muy pocas veces y para contentar a todos, es capaz de abordar su causa como se le presuponía al principio. En adición, se puede asegurar que muchos de ellos pasan a formar parte de la élite que posee el Carnaval. Pero, entonces, ¿el héroe pertenece al pueblo?

Como la calidad de la poesía sí es medible por sus versos, sus composiciones y los recursos literarios empleados, se puede hacer una valoración que nos permite asegurar que no ganan los mejores poetas; lo mismo ocurre con la música. Incluso podemos aventurarnos, utilizando la razón aplicada a las matemáticas de las artes, que una y otra, al complementarse, también pueden ocupar el espacio de la otra; de manera que una letra vacía y sin versos trabajados, con una buena música, puede resultar más valiosa y efectista al espectador, mediocre o vulgar, que se contenta con ver un espectáculo. O al revés y viceversa.

Por lo tanto, aprovechando estas indefiniciones por sí del concurso, las clases poseedoras del mismo y aludiendo a unos criterios objetivos que, de partida, no lo son, reparte los premios cada año y lejos de cualquier decisión/opinión del público/pueblo.

No obstante a lo anterior, el autor que quiere encumbrarse, que quiere ganar, tiene dos opciones, a saber: trabajar las relaciones institucionales y no destacar especialmente por una letra mordaz, aun agarrando una bandera que ya está vacía de mensaje y no es más que la afirmación "Por la paz en el mundo y que no haya guerras"; o bien, buscar el beneplácito del pueblo y contentarse con el Carnaval de fuera del concurso. En este segundo caso se abre una nueva dicotomía, en la que los autores intentan hacer llegar sus letras al pueblo "vulgarizando", si se me permite la expresión, la poesía contenida en una música espectáculo y eliminando los recursos literarios a modo de barreras que van cayendo para un mejor entendimiento de sus letras, ahora llanas y, encima, escasas de valor. Puede que el pueblo diga que entiende el mensaje, puesto que lo contrario, como con los pijamas del emperador, podría resultar embarazoso e incluso rebajar el valor de su opinión acerca del autor que idolatra, que sigue desde que empezó o al que se "apuntó" a seguir cuando vio el éxito que tenía entre las masas. Pero nada más lejos de la realidad; el pueblo medio, el público del Carnaval, no tiene el nivel cultural suficiente como para advertir todos los guiños de un buen poeta. Solo el autor que pertenece a la clase social baja o próxima al público medio puede enganchar a todo el mundo con su letra. Y no se puede asegurar, puesto que no hay manera de probarlo, pero quizás habría que saber cuántos de los que dicen emocionarse con una letra verdaderamente han entendido lo que han escuchado. Esta opinión, quizás arriesgada en lo impopular que puede llegar a ser y alzada desde la atalaya que me permite mi prepotencia y mi blog, no debe sino advertir que los poetas son mucho más que compositores y en una letra de Carnaval pueden encontrarse maravillas. Pero nos referimos a una buena letra, a una poesía bien formada y con alto nivel literario, con los criterios anteriormente descritos.

Por lo tanto, para concluir, pudiendo haber perdido a la mayoría de los lectores a estas alturas de la parrafada pedante e impopular con cierto clasismo y apoyado en el nivel cultural; y pudiendo discernir ahora entre las dos acepciones descubiertas de Carnaval, podemos decir, que el Carnaval no desaparece porque es del pueblo, que encumbra héroes y acepta las letras que quiere o que mejor se adaptan a su clase; pero el concurso depende de la clase alta, con idea o sin idea de poesía ni música; así como de la sobreexplotación de los componentes y autores, ante la repercusión económica y la fama. Seguirán creyendo que tienen el poder cuando solo son meros payasos en manos de las clases pudientes; la baja manda poco.


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