Muy poquito a poco. Sin mecer. Auriculares en mis orejas minúsculas y el vellito de punta cuando suena "Como tú ninguna", obra del compositor David Hurtado. Es, junto a "Esperanza Macarena" del maestro Pedro Morales, la mejor marcha representando verdaderamente una madrugá macarena.

No soy ningún músico ni entiendo de solfeo más que lo que Julie Andrews en "Sonrisas y lágrimas" se inventó para que los niños repelentes y repipis de la película se aprendieran las notas musicales. Por lo que mi valoración de la marcha se basa sólo y exclusivamente en el sentir con cada golpe de bombo y platillo.

Para empezar, en ese primer minuto de alegría y efusividad, la marcha me hace recordar el revuelo que se forma cuando se ven los ciriales, cuando algunas viejecitas que no son capaces de ver ni de cerca dicen "Ay, qué bonita viene". Y viene. Imperial, majestuosa. Un mar de capirotes verdes se mueven nerviosos a sus pies. Los ciriales se mantienen verticales de milagro, los balcones se llenan de vecinos que llaman a sus familias para que salgan, ya viene. Y se persignan. Y viene. Son unos segundos que me recuerdan también el principio de "Pasa la Virgen Macarena" del maestro Pedro Gámez Laserna. Pero, eso, no soy compositor.
Después viene la soberbia. El señorío. Durante treinta y pocos segundos (me saben a mucho, pero me parecen pocos), la marcha se llena con el nombre: Esperanza. Nombre que llena cualquier marcha, pero que, en este caso, la llena de grandeza; muestra los bordados de Rodríguez Ojeda para deleite de quien se embobe con ellos; las bambalinas golpean suavemente tu mirada, mientras que los trombones -parecidos a los de "Esperanza Macarena"- me hinchan el pecho por pertenecer a esta Hermandad, a la par que me levantan los vellos, al recordar un patio de Torrigiano y otra señora elegante, con más clase y distinta a las mujeres que conozco. Una estrella en el cielo y una abuela en el zaguán, sentada en una sillita de enea. Y viene.
Llega ese momento de la marcha que no quieres escuchar, en el que parece que se va despidiendo. Mi frikismo cofrade me hizo conocer que esta parte se llama "el trío", porque tres son los instrumentos que suenan. Tengo amigos y familiares que piensan que el trío de "Pasa la Virgen Macarena" es el mejor de todas las marchas de Semana santa. Pues yo este lo tendría muy en cuenta para abrir un hermoso debate. Son esos segundos en los que el palio, sin grandes alharacas, ni grandes mecidas, va pasando -o paseando- por delante sin que puedas detenerlo. Quieres tocarlo, pero no puedes, pero tienes que tocarlo. Coges un clavel sin permiso, bajo la mirada reprobadora de un contraguía engominado o de un vecino quisquilloso, que te hace gestos con la cabeza. "Es que este clavel es para un familiar que está pachuchilla", pero el clavel se queda en la mesita de noche, junto a la foto de ese alguien que no estaba pachuchilla, estaba divinamente. Pero esas mentirijillas seguro que las perdona la Virgen. Y sigue avanzando. "No te vayas, por favor". Alguna viejecita, puede que sea la misma que la vio llegar, se lo suplica, "Que la paren, que la paren, que la paren aquí, que le tengo que contar tantas cosas...". Pero no para. Sigue. El trío suena a despedida, a un "Volveré, pero tengo que seguir". Y las lágrimas del más resistente de los mortales caen. Y el palio se va, como si hubiese sido una prueba para demostrar que es capaz de arrancar las lágrimas al más pintado del barrio. Y se marcha.

Gracias, Don David Hurtado, no solo aumenta el patrimonio cultural de la ciudad y nuestra tierra -sí, es otro tipo de riqueza que no suele tenerse en cuenta cuando se valoran regiones-, sino también por hacer que cada vez que oiga su marcha, su "Como tú, ninguna", sienta el terciopelo verde acariciarme la cara.

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