Recién llegados, cogimos nuestras Coca-Colas y empezamos a beber. No hay otra señal de que la charla de tasca empieza. Y que el fútbol puede que casi todo lo cope. Cansados, como viejas glorias de vestuario; bajo un azulejo precioso del Cristo de los Gitanos, el de la Salud, con túnica sin bordar, sin oro que distraiga y te aparte la mirada de su tez morena, directa, seria; reunidos en torno a la mesa de plástico del patio, con una piscina a los pies, pero sin meterse en ella, por lo menos hasta que se acabe la primera tanda de latas de Coca-Cola, empezamos a criticar, a elogiar y a recordar años pasados por los banquillos, a gente de este mundillo tan pintoresco y especial, y otros especímenes que han revoloteado alrededor nuestra en estos años.

El mayor de nosotros, el dueño de la casa, con alguna cana puesta, más cansado y con las piernas más ajadas que los otros dos jóvenes, siempre sirve para conocer otro fútbol, el de hace años. El del barro que ya no hay. Porque compartir hemos compartido banquillos, pero él lleva años de ventaja en esta historia. Vieja usanza sale por su boca, otro estilo y otra manera, menos pedagógica, aunque moderna en su tiempo. Da gusto escucharlo hablar como habla del fútbol que ve, de su fútbol. Muy apartado ya del césped le siguen brillando los ojos cuando habla de su viejo y negro Calavera, de sus Mares de Pino Montano o del primerizo Giralda, donde llegó a tener a sus hijos jugando. Los otros dos, más jóvenes y entrados en kilos, le escuchamos, nos reímos de él cuando divaga con historias de la mili, de la puta mili, y no paramos de discutir recordando a tal equipo, a tal jugador o a tal personaje. Le criticamos su pesimismo, su visión ya desgastada del fútbol y, a veces, incluso de la vida. Pero le entendemos. Perfectamente.

Mi otro compañero, el único que sigue ahí al pie del cañón mordiendo la cal del área técnica, no para de ofrecerme volver, como si fuera fácil rechazar ni siquiera un cuarta andaluza… No es fácil, pero es lo mejor, porque la tranquilidad de ver el fútbol desde otro enfoque, desde las alturas, desde la seguridad de no quemarte por más cerca que veas el fuego y la frialdad del que ya ha pasado, disfrutado y sufrido tantísimo en muy poco tiempo, no está pagado con nada. Sus ojos brillan cada vez que habla de sus jugadores. Siempre tuvo pasión por todas sus plantillas. El más ilusionado en cada pretemporada, a veces incluso llegando a pecar de iluso, es capaz de empujar a un equipo y lanzarlo en verano al abismo si hace falta con tal de no fallarle al compromiso. Unas veces con más fuelle y otras con un poco menos, por lo menos el suficiente. Pero no será por falta de ganas. También con las piernas llenas de palos por zancadillas –pero este de las trampas que ha tenido, no de haber sido futbolista como el más viejo-, tuvo que frenar y pensar qué estaba haciendo, a quién se debía. El tiempo vale y hay que saberlo pagar. Y si el dinero no ha sido durante años el motor de los que nos hemos dedicado a esto, qué menos que el respeto y la compostura cuando hay dedicación. A lo mejor es momento de cobrar por los servicios prestados y motivarse con un caché, apoyarse en una barra y escuchar ofertas. El cansancio también frena, pero no desilusiona, es lo que tiene el fútbol.

Y de mí ya podéis saber bastante, por lo que le ahorro texto al lector y reengancho con las conversaciones que en la tarde del domingo tuvimos. Se salta de una a otra discusión sin apenas darnos cuenta, metiendo política por medio, el fútbol de la tele unas veces y otras veces el de verdad, el de nuestras historias. No hay guion, ni se sigue un patrón claro. Simplemente se recuerda, se comparan futbolistas, se discute cómo está la cosa y se echan pestes por la boca de la gente que hace tal cosa en el fútbol o de la gente en general. Porque llega un momento que, cuando estás muy quemado, o te han acercado demasiado la antorcha para quemarte, lo único que te queda es despotricar del que sea y como sea. Aunque después se matice de alguna forma o te repliquen, y entonces te desdices dándote cuenta de que la pasión del recuerdo te ha llevado lejos.

El fútbol, que es lo que nos ha reunido con tantas Coca-Colas y ahora con una piscina, parece como si se estuviera pudriendo.
–Yo no hubiese permitido eso a ese chaval, por lo menos cuando yo estuve en ese club- larga alguno criticando la actuación de quien sea con un jugador.
Pues si no se hace así, a ver cómo se hace, porque no es lo mismo la cantera del Sevilla o del Betis que un club como el tuyo o como en el que está este- replica el otro con toda la razón del mundo. El más veterano es bético, los otros dos somos sevillistas.
Y aunque no pongamos soluciones a nada de todo lo que hablemos en casi siete horas, por lo menos nos quedamos tranquilos diciendo cómo tendría que ser. Y aunque nunca lleguemos tampoco a saber si tendríamos razón o cuál de los tres estaba más acertado, por lo menos nos hemos desahogado, y hemos soltado por la boca lo que a lo peor otro cualquier compañero no se atreve a decir ni a escuchar. Porque si algo malo tiene esto del fútbol es que hay mucho trápala y mucho “amigo” que te escucha amablemente, pero que después larga a tus espaldas lo que haga falta para desmontarte el chiringuito, porque hay que ser sincero y la gente te pide sinceridad, salvo que les jodas, que entonces es que eres un tocapelotas y no se puede ser tan políticamente incorrecto. Hay que tener cuidado hablando. Y eso quema. Por eso, cuando nos metimos en la piscina, que ya hacía falta por culpa de esos 40 graditos domingueros, salía humito conforme íbamos avanzando en la conversación. Las verdades del barquero, que diría aquel. Eso es lo mejor de la charla de tasca que tenemos siempre que nos reunimos. Es verdad que también metemos “cosas menores” como las hipotecas, el trabajo o las mujeres de nuestras vidas, pero eso no es tan importante como una discusión sobre el sistema que debería de hacerse en tal club con tal plantilla.

Qué palo te vas a pegar cuando vuelvas, Antonio- le avisa Selu.
Las cosas han cambiado mucho y muy rápido- le intento aclarar yo.
Por eso no cogería un equipo como primer entrenador, que no quiero, vamos.- Nos dice él mientras yo me río y Selu le deja el guante de ser su segundo entrenador.
 La pedagogía, la metodología, el fútbol, los clubes, el negocio en el que se ha convertido esto sin importar una puta mierda el valor más importante, la chavalería, convirtiéndolos en simple mercadería, ha cambiado muchísimo en muy poco tiempo. Incluso yo, temporada y media fuera de un vestuario, tengo que escuchar y ver cómo se hacen las cosas cada vez que puedo, porque no se para, esto se ha convertido en algo exageradamente tecnificado, al punto de ser ridículo y con un nivel de profesionalización abrumador. Se olvida de la realidad: es un juego. Un juego en el que se juega con niños, aunque nos partamos los cuernos creyéndonos profesionales, esa pasión desenfrenada y ese deseo casi utópico que nos ronda la cabeza no podemos volcarla sobre los jugadores, porque es injusto, porque es un juego. Más que un juego, pero un juego.

-Pues a ti no te pega ese club, tío- me incrimina uno.
-A mí es que nunca me ha gustado su filosofía…- me dice el otro.
-Allí se gana. Y me han tratado de escándalo desde que llegué. Me gusta mucho. Aunque os entiendo, no es un club que caiga bien y sé perfectamente por qué.- puntualizo sobre mi postura.
-Yo es que no sé cómo no te vienes conmigo y entrenas otra vez. Y ahora cobrando, que ya es hora. Porque si todo lo que estás currando no te lo pagan… ¡es que manda huevos!- me insiste Selu.
-Ver los toros desde la barrera, cuando puedo y cuando me apetezca, sin ningún compromiso férreo más que el contraído con los entrenadores del club ofreciendo mi ayuda y la coordinación de la Metodología es muy distinto, es más cómodo. Me gusta. Me implico y me lo curro, pero no es tan asfixiante como el ser entrenador. Y si se hace bien, dará gusto decir que fui parte de ese momento en el que cambió el club. Puede que no salga, pero me encanta el fútbol y ver cómo crece un proyecto desde cero es precioso. No creo que vuelva a entrenar: el trabajo, la casa, la familia… pero en la grada o en el “palco VIP” estaré seguro viendo partidos de mi club o de un amigo.-
Mi explicación se extendió demasiado, quizás porque yo mismo necesite justificarme para entender qué estoy haciendo y por qué. Pero está claro, el fútbol ahoga. Y mi nuevo cargo, mi responsabilidad, es muy distinto y mucho menos exigente. Se respira fútbol, pero se respira más.

Y después de latas y botellas de Coca-Cola, cuando no nos queda equipo que analizar ni club al que no le saquemos una pega, nos miramos y sacamos en claro que todavía quedan muchas latas más y muchas discusiones más para arreglar esto que nos gusta tanto. Que el césped llama, el vestuario, el banquillo, la tensión en el estómago justo cuando el árbitro pita para que empiece el juego, la pizarra pintarraqueada, los ejercicios a lápiz corregidos a bolígrafo, las bolitas del césped artificial enredadas en los calcetines recordando una pisada colocando una posta, un cono, una valla o recogiendo un balón. No sabemos por qué, pero los tres, con el bañador ya medio seco y la barriga extendida después de tanto beber y comer, tenemos el presentimiento de que aún nos queda un “venga, eh, vamos, dale fuerte, va, vamos chavales, arriba, eh…” escondido entre los labios y que tarde o temprano, de un modo u otro, en el club que sea, con un cargo o como entrenador, saldrá con aire algún día, con fuerza, con ilusión. Porque en aquella piscina del domingo sólo flotaron los triunfos y los buenos sabores. Y aunque se atrevieron a salir un rato a flote los tristes recuerdos o el fútbol más amargo, se fueron pronto hacia el fondo azulado de la piscina. Y ahí se quedarán, para que los recordemos, pero jugando en la superficie con lo bueno, lo que flota en nuestra memoria.

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