Cuando salió de la estación y vio aquellos enormes edificios, se quedó boquiabierto. A cada paso que daba, descubría algo con lo que quedarse embobado. Pero no quería entretenerse, tenía muy claro su destino. “Ácido tartárico líquido ALGRY. 75 por 100 riqueza, exento de impurezas. Solicite precios y muestras”. Avanzó por la calle asfaltada mirando cada tienda. La dirección estaba apuntada en ese trocito de papel marrón que llevaba en el bolsillo.
Simón era de los que siempre querían saberlo todo. A las monjas, de mirada torva, las atormentaba con sus porqués. A Simón no le gustaban las monjas de mirada torva. Él tenía la mirada de niño listo, pero triste. No le daba miedo la autoridad escondida dentro de un velo.
La calle era una extensa avenida interminable, un tren con mil vagones llenos de pasajeros. Iba despacio, no quería saltarse la tienda que buscaba. No se atrevió ni a preguntar, por si lo confundían. “¿Quiere usted que le toque la lotería? Pídale un billete a la administración de la plaza de Cataluña”. Cuando tenía dudas, sacaba el papelito marrón que llevaba en el bolsillo y lo comparaba con el rótulo del comercio. A veces, distraía la vista con un 600 que se le cruzaba, un Seat SIMCA último modelo, una chica que se atrevía a llevar minifalda, un muchacho con los pelos demasiado largos… ¡Era todo tan moderno para él!
¡Un millón de trajes! Para caballeros desde 30 pesetas. Para niño desde 10 pesetas. Artículos para viaje. Cuidará de sus intereses comprando en CASA ROLDÁN”. Tenía siempre que saber la verdad. Y como era de esos niños que guardan hasta los papeles de periódico con el que se envuelven los regalos, se los había aprendido de memoria. Todos eran de los mismos días: 25 de diciembre, 17 de septiembre y 20 de mayo. Del 49, del 50, del 51… hasta 1966, el año que abandonó el internado. Era un hombrecito hecho y derecho, pero de hombros caídos y espalda encorvada. “EMPRESA SOTO. Servicio regular de autobuses Bussing y Minerva, por la carretera nueva”. Salió del colegio de monjas, de mirada torva, con un arconcito que tenía un fajo de papeles de periódicos dentro y una valija con más soldaditos de plomo que prendas de vestir.
No sabía cuánto tiempo llevaba, pero cuando le parecía haber cumplido varias horas de búsqueda, encontró un luminoso que decía lo mismo que el papelito marrón que llevaba en el bolsillo.
Un soldadito de plomo por cada hoja de periódico que tenía en el arconcito. Un soldadito de regalo en cada uno de esos tres días señalados. Los cuidó como oro en paño. Guardaba el envoltorio de papel de periódico y cada noche se leía uno al azar. A las monjas de mirada torva no les hacían gracia aquellos regalos, pero después de husmear el paquete de arriba abajo, Simón se lo podía llevar a su cuarto.
Abrió la puerta con el papelito marrón aún en la mano. Las máquinas de coser llenaban las estanterías. Tres señores iban delante de él. Un buenas tardes generalizado, que tuvo como respuesta un giro de cuello en los tres señores. “¡Cure su hernia! Póngase en cura inmediatamente y no se abandone, que le espera una horrible vejez, por su descuido. No dude en la elección del tratamiento a elegir: solamente con el súper-reductivo VIDA, de la CASA LÁZARO, de Barcelona, puede obtener el alivio inmediato, y una acción curativa constante; por tanto, el que usted debe preferir a todos”. Tras el mostrador y con una enorme estantería llena de cacharritos de ferretería a sus espaldas, un joven iba atendiendo apurado a la clientela y se metía en la trastienda para buscar cada pedido que le hacían. Al fondo, en un almacén que se dejaba entrever tras una cortina, una señora con bata azul, agachada, apretaba una bayeta contra el suelo y la arrastraba, dejándose las rodillas y la mirada triste en el duro mármol. En el agua oscura del barreño terminaba ahogando la bayeta. Con la cabeza y los recuerdos puestos en ese barreño de agua oscura, no se dio cuenta Simón de que le tocaba a él.
- Perdone, ¿qué desea?
- ¿Maricarmen?
- ¿Maricarmen? Un momento.
El tendero cruzó la cortina y llamó a la señora de la limpieza. Se levantó extrañada, casi asustada. “TERSINA. Crema líquida para el cutis. Alisa las arrugas en cinco minutos. Ni más ni menos, a los cinco minutos justo de aplicarse TERSINA, las arrugas se alisan y aparece el cutis completamente terso y suave como el de una niña”. Salió del almacén. Por fin pudo Simón ver a la mujer en su plenitud. Su moño lleno de canas, sus manos estropeadas de la lejía, sus arrugas, sus hombros caídos, su espalda encorvada y los ojos con mirada de niña lista, pero tristes.
- Hola, madre.

A Simón no le gustaban las monjas de mirada torva. A Simón le gustaba oler el papel de periódico en el que estaba envuelto su regalo. Y los anuncios de publicidad que venían con dibujitos. Se los aprendió de memoria. 25 de diciembre, 17 de septiembre, 20 de mayo. Lo abría con cuidado. Sacaba el soldadito de plomo y leía la notita que siempre acompañaba al muñeco: “De tu madre Maricarmen. Feliz Navidad”. “De tu madre Maricarmen. Feliz cumpleaños”. “De tu madre Maricarmen, que hoy cumple años”. Leía el periódico sin tener ni idea de lo que decía y lo guardaba junto al fajo que tenía en el arconcito. La notita la dejaba fuera. La leía cada noche antes de dormir, hasta que viniera la siguiente. De tu madre Maricarmen. Un papelito marrón con la dedicatoria de mamá y el sello de una tienda encima: “Ferretería Singer: despacho de máquinas de coser y complementos. Carrer de Balmes, Barcelona”.

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