Desde los estantes con libros apilados caían unas enormes cataratas. En el suelo, se iba formando una sopa de letras infinita, sobre la que navegaban sus héroes favoritos. En una de las cóncavas naves, el capitán iba atado al palo mayor y cerraba los ojos para no ver las sirenas. Un ballenero luchaba contra su presa, surgida del fondo cuando menos lo esperaba. Los piratas atacaron las murallas de la fortificación y se llevaron el tesoro, los libros más preciados. En la orilla de las estanterías iban apareciendo con cada ola nuevas botellas, cuyo interior estaba repleto de páginas con más historias y aventuras. Nunca paró de leerlas. Cada vez que cogía un libro de aquella librería, sabía que estaba construyendo su propia isla del tesoro.

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