En las tardes de paseo con el niño —el único deporte para el que he tenido tiempo en estas semanas de crianza—, voy alternando caminos, calles y manzanas. A veces, sin darnos cuenta, hacemos recorridos más complejos que la serpiente del Nokia. Últimamente llego hasta el campo de fútbol de Santa Justa y veo lo que en otro tiempo fue mi pasatiempo favorito: el fútbol base.

Las voces del entrenador, intentando hacer llegar el mensaje a sus jugadores —unos micos que apenas superaban el metro de altura—, se convirtió en uno de esos olores clavados en la pituitaria que despiertan recuerdos. O una de esas musiquillas grabadas en la memoria que, si las volvemos a escuchar después de muchos años, nos hacen viajar en el tiempo. No solo recuperé alguna tarde que eché en Los Mares, en el Calavera o en Nervión; las sensaciones de la victoria, de la derrota, el sentido de las palabras amistad, compromiso, vestuario o disciplina. También pensé cómo ha degenerado todo eso del "LIDERAZGO" en tan pocos años. Mi virtud para viajar de tema en tema engarzado es mejor incluso que las combinaciones posibles del metro de Madrid.

Agarrado al carrito del chico, aprieto el cuero como si fuera un cani sujetando un volante en mitad de un derrape. Han destrozado de tal manera la palabra liderazgo, que ahora solo puedo pensar en coachings ridículos, entrenadores personales con exceso de carisma y en una legión de absurdos creyentes que besan la nueva filosofía del "just do it".

Cualquiera con dotes de oratoria y muy poca vergüenza puede atribuirse el título de coach, de desarrollador de personas, de favorecedor de crecimiento personal, de enriquecedor de liderazgo emocional. Hay empresas que se dedican exclusivamente a eso; agencias de recursos humanos que al no saber qué vender, te endosan cursos de bienestar organizacional, de mentalidad positiva, de influencia constructiva... Y gente que lo compra. El gran problema es que siempre hay alguien dispuesto a comprar el discurso.

Todo viene de cuando dos gurús bien posicionados, influyentes, determinaron que para ser una buena empresa, un buen gestor, hay que trabajar con esos términos. Y nadie quiere quedarse fuera, por supuesto, por lo que todos a poner en Linkedin lo fundamental y lo preocupados que están los departamentos de recursos humanos (ahora, people & culture) en cuidar esos detalles. Mientras tanto, los empleados solo reciben boletines con caritas sonrientes, pero negativas a una subida salarial.

Yo soy bastante reticente a cualquier coach. Leí para formarme como entrenador, para gestionar una plantilla, el libro de Liderazgo de Jorge Valdano (el mejor, para mi gusto), Mentalidad Ganadora, de Unai Emery, el de Caparrós, el de Del Bosque. Incluso el de Guardiola, que ya en sus últimos años en España se veía que era un pastiche impostado. Mi conclusión fue muy sencilla: no hay un método. Todo el que lo vende está estafando a la gente. Incluso venderte que no hay un método, sino que está en ti, también es una estafa. No todo el mundo vale para gestionar un equipo de trabajo, no todo el mundo entiende ni empatiza con los trabajadores. La mejor manera de llevar un negocio no es escuchar a chimichancas con camisas remangadas y un powerpoint escrito con tinta de unicornios; es aprendiendo desde abajo, manchándote los puños de la camisa, esa camisa que te compraste con tu sueldo de ejecutivo, después de ir a la Universidad, sin pisar un taller, un estudio, una becaría o una barra de bar.

Tus metas pueden estar en ti o pueden no estarlo. Hay que ser realista. Lo único que puede provocar esta homeopatización de la psicología del liderazgo es una piara de jefes frustrados, entrenadores fracasados y futuros nuevos coachings. No solo hay que trabajar y entrenar ciertas actitudes. También hay que nacer con ciertas aptitudes. Pongamos por ejemplo mi nulidad frente a un lienzo. Por más que yo aprenda de un gurú cómo pintar un cuadro impresionista, nunca seré capaz de hacerlo de manera decente. Por más que un ejército de vendedores de crecepelos con más charlas y discursos en Youtube que experiencia laboral me quiera motivar con frases de Mr. Wonderful, diapositivas robadas de anuncios de compresas y frases atribuidas a Coelho, Einstein o Paz Padilla. Nunca te dicen cómo tienes que hacer nada, porque depende del caso, y hay que tratarlo con empatía, responsabilidad y de manera cercana. Casi ninguno conoce tu medio, tu sector, tu nivel, tu ámbito, tu equipo; pero todos se atreven a generalizar, a etiquetar personas y comportamientos. Palabras vacías, mensajes ambiguos y párrafos que cualquiera con una cabeza más o menos amueblada se daría cuenta de que son una estafa, una generalidad impertinente, pero cargadas de un pseudopositivismo, que hace salir enchufado al receptor mediocre, una ramita más de leña en la hoguera de la estafa, el retuiteador de gatillo fácil, el analfabeto psicológico de humores fáciles de manejar. No hay mayor oyente que el desesperado.

Cuando encima sectorizamos y particularizamos para entrenadores, agentes comerciales, por género... entonces entramos en un círculo que podría considerarse como una secta. Hay libros muy buenos sobre gestión y dirección, de empresas y equipos, pero son pocos. Y menos las personas autorizadas a escribir de ello. Porque, entre otras cosas, para la gestión es fundamental la humildad, que es precisamente lo que menos tiene quien se atreve a dar lecciones de liderazgo.

Espero que aquellos alevines tuvieran la suerte de tener un entrenador de los que sé que existen, que trabajan, que saben de fútbol, de educar a los niños, y que saben llevar un equipo de personas, sin tener que acudir a manuales de autoayuda.



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