Nunca consigo volver a dormir si el niño me despierta sobre las 5 de la mañana. Por eso, los sueños que me llegan en el duermevela durante el camino hasta la hora del grito de la alarma son sueños extraños; sueños que mezclan algo reciente de la realidad con algo que permanece en mi memoria; deseos y frustraciones con objetos reales y metas conseguidas; incluso colecciono sueños antiguos. No se debe sacar conclusiones de las noches, por más nítidos que sean los sueños. Solo psicópatas y psicólogos hacen caso a los sueños. Por eso empiezan igual. Y deberían terminar igual.
 
 
La otra noche llegué a una fiesta. Era un salón majestuoso de una casa moderna, pero con ciertos toques vintages. La gente era gente guapa, bien vestida y bien aparecida. Como de una clase a la que no pertenezco y de una época tantas veces vista. Algunos esmóquines, vestidos largos, peinados escaldados con moños enlacados a lo Brigitte Bardot, y pendientes de perlas y collares de alabastro; mayordomos con pajarita y bandejas de plata que soportaban copas de champán y cócteles exclusivos. Como el día anterior había tenido la comida navideña de la oficina, en esta fiesta estaban muchos de mis compañeros, que asemejando antiguos héroes de Troya, contaban hazañas y guerras de las que habían salido victoriosos; el director regional me alzó una copa burbujeante mientras me guiñaba como se hace para dar la enhorabuena; mi jefe miraba de lejos y sonreía simpático; algún comercial saludaba dándome palmetazos en el hombro; y había un ambiente tan parecido a cualquier evento snob de MadMen, que me veía como Don Draper si aparecía en escena de frente -mis sueños son producciones audiovisuales con diálogos y guiones trabajados-, o como don Pimpón si aparecía de perfil. De pronto, me senté a hablar con una chica. Era la más joven de la oficina. Una mujer hecha antes de haber llegado a los treinta años, con una clase que ninguno de allí teníamos. Sonriente, morena, de ojos brillantes y elegancia superior. Un cuerpo discreto aliñado con una conversación suave. Dulce. Alguna carcajada se escurrió entre banalidades, trivialidades y, al final, entre verdades. Sin haberme dado cuenta llegué al momento en el que un Don Draper que no fuma, pero sujeta una copa -en los sueños tomo alcohol y cafés-, es abordado por la chica y sufre un metimiento de cuello que ni en los mejores afters de Sevilla. Se me acercó mucho al oído para susurrarme algo, pero lo único que escuché fue su pelo acariciarme.
-Espera. No estropeemos esto. Soy padre de dos hijos.
 

Aquí no trabajaron mucho mis guionistas, pero sirvió para que la chica me diese la mano y me volviese a sonreír como lo llevaba haciendo toda la noche, con el brillo de unos dientes perfectos de niña bien.
-Vámonos de aquí, tengamos algo de intimidad.
 
Y di uno de esos saltos que se pegan en los sueños porque tienes que volver a taparte, porque tu compañera de cama te da una patada sin querer, porque el vecino decide arrastrar una alacena a las 6 de la mañana… cuando volví a la fiesta, ella no estaba ya. Y un poco casi que me alegré, pero llevaba escrito en mi cara la palabra fracaso, pese a haber triunfado.
 
Me asomé al balcón para tomar el fresco que quizás necesitase y apareció un amigo. Un amigo de los que tienen nombre y apellido, pero estropearía mi redacción; estaba pasando una mala racha en el trabajo y esperaba con una última maniobra, haber enderezado el rumbo de su equipo. De su equipo, que era el mismo que el mío, pero no de mi oficina. Me pidió que saliera de la fiesta porque no quería que la gente lo abordase en mitad de ese salón de casa acomodada de los sesenta; es demasiado famoso, quería privacidad. Como la chica del amor respetuoso. Y salí. Me fui de aquella cena bajando por una escalera de caracol enfombrada, si es que eso existe, y acompañando a Víctor por una calle ancha, vacía y húmeda, pareciéndome más a John Sterling que a Don Draper.
 
Y así quedó el sueño, como si no quisiera que pasase nada. Chaqueta al hombro y charla de amigos, antes de empezar otro día de teletrabajo. Ya les dije que no debían esperar nada del sueño ni sacar conclusiones, puesto que lo importante es la vida. Aunque como dijo Pedro: toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son. Feliz Navidad.

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