No era una de esas exhuberantes napolitanas que salían en las películas de Fellini, aunque el director sí supo encuadrar a muchas de este estilo diferente, con cierto estilo de cuarterón o entreverao, que se diría en los ambientes flamencos de Sevilla. Pero la mujer que me atendió en la taquilla del tren era bajita, desagradable a la vista y miraba por encima de las gafas esperando a que concretara mi destino. No tuvo paciencia, me mandó a las maquinitas automáticas donde cada uno podía servirse el billete que quisiera. La estación central de Nápoles es un caos, pero un caos "ordenado" si eres de allí, del sur de Italia. Si eres extranjero, es más complicado. Más si eres del norte de Europa, donde lo estricto de los horarios y el servicio de atención al cliente se alejan pavorosamente de la norma italiana, al menos napolitana.

Billete a Salerno, tren directo y cuarenta minutos de vías a una de las ciudades "rojas" del mapa italiano. Allí cogeremos un autobús y nos pondremos camino de los encantadores pueblecitos pintorescos de la costa amalfitana.


Ravello

Estación base: AMALFI.

Aunque parezca un diario de guerra, me gusta siempre llamar al sitio del hotel la "Estación base". Porque desde aquí, nos vamos a mover en todos los sentidos para visitar los pueblos de la zona. Elegimos este pueblo por el precio del alojamiento (muy alejado del puerto, arriba, donde la mayoría de los guiris ya no se atreven a subir) y porque está a medio camino de todo lo que queríamos visitar.

Si no has leído la primera parte de este viaje por la costa amalfitana, aquí la tienes:
PARTE I.

Al salir de la estación, en medio de una rotonda humilde -entiéndaseme bien lo de "humilde"- empecé a buscar como un tonto en una ferretería un puestecillo donde vendieran los billetes de autobús. Y en una especie de ¿estanco? ¿taquilla? ¿antro?, casi escondido, un señor entretenido hablando con un amigo con más pinta de estarle atracando que de charlar sobre la lotería (lotto se dice allí, su formato de primitiva), me preguntó sin que yo dijera nada "¿Bus vero? ¿Cuanto?" Y le pedí dos de ellos. Hay que comprar los billetes antes de subirse al autobús, sobretodo en temporada alta, donde la marea de turistas a veces colapsa el autobús y no tienes ni sitio para sentarte -lo que no significa que no puedas hacer el camino de pie, en el pasillo-.

No vais a encontrar en este post sólo las bondades de este viaje, como si fuera una bloguera instagrammer con diarrea de arco iris. Todo hay que decirlo, vamos a dejar de fomentar el turismo idílico de las instagrammers y vamos a contar lo que de verdad nos encontramos en los sitios a los que vamos. E Italia es muy bonita, pero es un caos y el turismo les da la vida, pero hay sitios donde no parece que se enteren de qué viven...

El autobús tenía muchísimas paradas. Antes de viajar, leí en el Google Maps que hay unas 37 putas paradas. Sí las hay, pero no siempre paran, salvo que tú les avises de que las quieres usar, por eso es bueno preguntarle al conductor antes de que empiece el caminito. Ojo, si te mareas con facilidad en los trayectos por carretera, este camino es tela de jodido: hay cientos de curvas y los conductores van a bastante "buen ritmo", con el desparpajo propio de la tierra sumado al descaro de los "autobuseros". Además, las carreteras de esta zona son muy estrechas y constantemente tiene que ir frenando. Os pongo unos cuantos vídeos a modo de ejemplo:







Duomo de Amalfi
Llegados a Amalfi, nos bajamos en una ¿plaza? ¿rotonda? ¿esplanada? caótica, con cientos de grupos de turistas queriendo subirse al autobús para ir a otros pueblecitos -la ruta continúa hasta Sorrento-, chinos y americanos en su mayoría, mezclados con los que están paseando y disfrutando de las vistas -que son preciosas, también hay que decir eso-, con taxis por medio que te ofrecen recorrer los mismos trayectos de los autobuses, pero con más comodidad -aunque también a un precio como para pensárselo (en grupo es algo más rentable, por eso ellos te dicen que te organices con otra gente, visión empresarial de los señores)-. En fin, una marabunta de gente que puedes conseguir librar cuando atraviesas la Porta Marina, un maravilloso mosaico de cerámica que explica el mapa de la región y que demuestra, desde el principio, que no deja de ser un pueblecillo de pescadores.
Tras atravesar varios puestecillos que te ofrecen el típico limoncello de la provincia, llegamos a la piazza del Doumo, donde veremos la catedral tantas veces fotografiada en las revistas de moda. De aspecto mitad románico, mitad bizantino, impone bastante al final de la enorme escalinata donde, cómo no, todos los turistas se hacen millón y medio de fotos. Se puede visitar por dentro, aunque tiene un horario un poco extraño, nada turístico, y un precio asequible.

La plaza y el duomo tiene tanta fuerza y te deja tan impresionado, que se te olvida seguir paseando durante un rato. Pero yo tenía que continuar, buscar el hotel y soltar el equipaje para, después, volver a esta plaza y el puerto.

Por lo que seguimos caminando por la calle principal, Marino del Giudice, donde no paramos de ver a una y otra acera numerosos puestecillos de souvenirs, de alimentación, marisquerías y riquísimas heladerías con riquísimos helados (hago redundancia en el adjetivo "riquísimo" porque al precio que venden los helados supongo que tienen que ser auténticos imperios del dinero).




El vídeo está grabado "al revés", es decir, cuando íbamos del hotel hacia abajo, al puerto. Pero podéis haceros una idea de lo masificado que está, porque eso fue en mayo (temporada baja, supuestamente), así que imagínense en verano...

En Nápoles y en toda su provincia tienen gran tradición de belenes, por lo que subiendo la calle principal del pueblo, llegaremos a un bloque de pisos que en su pared tienen un Belén espectacular, durante todo el año, y que iluminan por la noche. También, hay una fuentecita preciosa con minifiguritas adornándola.

Pues eso es TODO Amalfi, no tiene más. Si acaso, recomendar un restaurante de lujo espectacular que fuimos mi mujer y yo, Eolo, con un balcón precioso con vistas al mar. Búsquenlo en tripadvisor y verán que no les engaño.

Es un pueblo encantador, cierto. Un paseo o dos, entrar en las tiendas de cerámica, conocer cómo se hace el limoncello, conocer la historia de los "pullicinella", bajar al puerto y mirar hacia el mar o volverte y ver las casitas acantiladas, unas encima de otras, dispuestas como un magnífico escenario de cartón piedra en un parque temático... esas son todas las cosas que se pueden hacer en un lugar como Amalfi. Y no es poco.
Lo más próximo que se puede visitar es el Fiordo de Furore, para pasar el día de playa. También hay otras dos playas que están cerca de Amalfi (Playa Maiori y Vietro Sul Mare. Nosotros no fuimos, pero hay autobuses y ferris diarios).

 

Fiordo de Furore.

Esta calita, que está muy de moda esta palabra a cuenta de los anuncios de una cervecera levantina, merece la pena visitarla por hacerse una foto con el "puente-acantilado", desde abajo, en la playa. El problema es cuando llegan las 10 de la mañana más o menos y aquello se pone a reventar hasta las ocho de la tarde... Más chinos y más americanos. Se podría grabar "El puente sobre el río Kwait" todos los días y sin tener que gastarse lo que se gastaron los de la productora hollywoodiense.
El fiordo es un puente que está a mitad de camino entre Positano y Amalfi, es el lugar en el que Rossellini rodó Il Miracolo. Bajar las largas, empinadas y retorcidas escaleras de piedra cuesta lo suyo. Hay que ir parando para recuperar el aliento, pero también para admirar a cada paso el paisaje. Al final del camino nos encontramos encajonados entre dos paredes montañosas y una lengua de agua. Es un lugar extraño y maravilloso.
Al conductor del autobús hay que pedirle que nos avise y nos dejará en, aproximadamente, media hora desde que salimos de Amalfi. Por cierto, el trayecto sigue mareando igual. De coglioni. Allí nos recomendaron Ristorante Maccus, pero nosotros no fuimos. Por lo visto, los spaguetti vongole son una locura.

RAVELLO.

El pueblo del color. Puede ser el pueblecito con más encanto de todo el viaje. Desde donde nos dejó el autobús, lo único que se hace es pasear por los callejones y rincones. En todas las guías leía sólo eso. Y visitar Villa Cimbrone (Il terrazzo dell’lnfinito) y Villa Rufolo.
Efectivamente. Es así. Una auténtica preciosidad de colores fantásticos y villas nobles impresionantes. Es muy fácil llegar a ambas. Cuesta dinero entrar, pero merecen la pena. Son dos villas o fincas que tienen unos impresionantes miradores y que hay que visitar sí o sí.

La terraza al infinito es el lugar donde te puedes quedar todo el tiempo del mundo, nadie te dice nada, y tú ni te das cuenta de que se te pasa el tiempo. Las amapolas, las violetas, las rosas, flores naranjas, blancas, amarillas... todas te envuelven en un jardín de película, una más, del que no quieres salir, salvo cuando empiezan a llegar las hordas de ojos rasgados con trípodes y palos "selfis" del tamaño de una lanza de la rendición de Breda. Mejor mirar al mar, al infinito. Te imaginas esa familia de nobles cuya máxima preocupación era que las flores combinaran según su gusto, que los pájaros no ensuciaran los preciosos suelos de azulejos y mosaicos romanos. Empiezas a pensar si no te has equivocado en la vida y consideras que nacer en el Polígono Norte no era la mejor opción, aquél día que el querido esperma de tu padre ganó la carrera... ¡Mierda!
Volver a caminar sobre las escaleras que te "facilitan" recorrer el acantilado pueblo, llegar hasta el duomo -todos estos pueblos tienen uno- y adentrarse un poco por el pueblo, que tampoco es que tenga muchas calles más. Pero llegamos a la (Trattoria) Cumpa Cosimo, en Via Roma, donde una señora comanda el restaurante y que tiene muchísimo parecido a una bella italiana, morenaza, que aparece en la mayoría de la fotos del local. Sí, es ella. Ahora bastante malhumorada, harta de los guiris que le dan de comer, cuando le piden de comer. Con su berruga, su moño lleno de canas y moreno mal teñido, pero que dejar entrever a esa mujeraza que aparece acompañada en las fotos por famosos del cine italiano, de Hollywood, o políticos de la península itálica.






POSITANO.

Pues otro pueblecito está a cuarenta minutillos más o menos de Amalfi, Positano. También muy famoso en la filmoteca de los años 50 y 60. La parada del autobús está al comienzo del pueblo y para ir a la playa hay suficiente señalización. De todos modos es muy sencillo, porque sólo hay que bajar y bajar y bajar y bajar... entre la marea de... lo han adivinado: chinos y americanos. Es la más famosa de las playas y la que se llena de gente. Tiene un duomo, cómo no, y muchísimas tiendas de artesanía típica, con figuras de cristal, artículos de punto de croché y limoncello. Visto desde arriba, también tiene un colorido fabuloso. No merece la pena el GPS, sólo disfruta paseando y llegando hasta la playa. Puede ser del que me gustó más su vista desde el puerto. Si volvía la vista, el pueblo llegaba mucho más alto que el resto de los pueblos que había visitado y parecía un maravilloso laberinto de casas apostadas una encima de otras. Cuando caminas por dentro e intentas subir, efectivamente es un laberinto insoportable de cuestas del que terminas hasta las narices. Mejor bajar, tomar una pizza y relajarnos.

Aquí puedo contar que mi mujer y yo cogimos un ferri y visitamos Capri, por simple curiosidad catetil.

Capri.

La isla que supuestamente dio a luz al joven Leonardo, el que se muere en una película por el egoísmo de su novia en una tabla de madera sobre las frías aguas heladas del océano. Hablemos claro: es un Puerto Banús en una isla. Tiendas carísimas en las que muy pocos visitantes entran a comprar, espectaculares vistas desde arriba del todo y un funicular atestado de turistas que suben y bajan para contemplar dichas vistas. Preciosos colores en época de primavera y muchísimo lujo, acaparado en un ratito de paseo. El vídeo puede explicarlo quizás mejor que yo... ¿Merece la pena? No lo sé, según vuestros gustos. Pero el paseo en barco está bonito, el paseo por la parte más natural y alejada de los turistas también puede merecer la pena.

 

SORRENTO.

Terminamos esta ruta de pueblos italianos con Sorrento. Donde Paolo. Es lo que está más "alejado" de nuestra estación base. Es una ciudad prácticamente, a la que se puede llegar directamente desde Nápoles también y en la que destaca la Piazza Tasso, el epicentro podríamos decir… hay que bajar por las callejuelas hasta Marina Pícola, repletas de tiendecitas artesanas: artículos de cuero, encaje y recuerdos. Todo está alrededor del Corso de Italia: el Duomo, el Parque Via Communale, la iglesia y convento de San Francesco (con sus galerías y jardines), las hamacas en el puerto (Marina Picola)...

Y poco más, relax, como hemos dicho durante todo el viaje. Enamorarse de esta tierra es fácil, así como odiarla. Los viñedos hacen recordar esas películas baratas de mediatarde en la que una turista se enamora casualmente, aunque yo creo que causalmente, de un nativo casi indígena, mientras ella conoce los sinsabores de una tierra caótica, pero de la que finalmente se queda prendada. Se queda prendada porque le dan... prenda. Pero bueno, supongo que esta tierra inspira eso, mucho amor y cierto punto de bohemia, distinta a la que da París, mucho más rural, campechana, más alejada de libros y poemas, más de la tierra, el vino, el limoncello, la playa... Es precioso, sí, pero muy alimentado e inflado por las películas y las revistas de moda, las Chiara Ferragni de turno, las Marías Pombos que no cuentan TODA la verdad de estos sitios, muchas veces sobresaturados por el boom del turismo, ese del que somos, evidentemente, partícipes nosotros también y del que van a tener que controlar en breve, si no queremos explotar una burbuja de la que viven muchos pueblos y, por tanto, gente trabajadora. Pero eso abre un debate muy interesante y extenso, fuera de las pretensiones de este artículo.

Espero que os hayan gustado estos artículos suritalianos. Siempre os digo que esto no es un blog de turismo, sólo cuento los viajes que hago con mi mujer -o solo-. Estoy intentando darle otro punto de vista, ya que de viajes hay millones de blogs y que dan todas las pautas a seguir para viajar en condiciones y tal, por lo que para hacer algo distinto, hay que diferenciarse. Todavía estoy a medio camino, creo, pero ya es algo.



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