Yo siempre creí que fue Cabo, el Cabo Pino. Porque así lo llamaba mi padre. Pero llegó a ser hasta Subteniente. Eso no lo sabía, me enteré hace poco. Lo que pasa es que mi padre, cuando le conoció, era Cabo todavía.

Paletas algo marcadas en la sonrisa; con entradas; uno setenta y pico de alto. Con el uniforme no parece muy gordo. La foto es en sepia, pero el traje es de esos de la Guardia Civil color verde raro, que ni es verde esperanza ni es verde agua. Dos de sus hijas sentadas delante y la mano al cinto, abierta, con el pulgar separado del resto. Estuvo en Algeciras y en el estrecho de Gibraltar frenando el contrabando. Lo que pudo. Siempre cuenta del frío en las guardias con aquella humedad que calaba los huesos, mientras vigilaban sentados en la garita, mirando las lucecillas en el horizonte marino que tenían delante. También estuvo en Intxaurrondo, en los 80. Y en aquella época, por aquellas tierras, no es que repartieran piruletas precisamente. Como el culo en un columpio: en Leganés, Galicia, Carboneras (la de Cuenca, que es más triste...). Y ahora lo tengo ahí sentado, frente a mí. Los tobillos y las pantorrillas huesudas, el pulso a tomar por culo -vaya pelea para pelar un puto melocotón-, la cabeza hace tiempo que la tiene pelada, algunas canas puede peinar todavía por los lados y por encima de la nuca. Las paletas se marcan un poco más. Y la barriga más gorda. Vale, capto el mensaje: no me voy a librar de la barriga en mi puta vida. Si mi abuelo, encanijao en el hospital, la mantiene a los 87 años, entonces eso se queda. Mierda. Lo que peor lleva es el pañal. No termina de controlar. Me cago en la puta, un Guardia Civil, y de los de la dictadura, con la de gilipolleces que tendría que aguantar de sus superiores y hasta del mismísimo Generalísimo; con la de noches cubierto sólo con la capa y a oscuras que habrá tenido que pasar; y, ahora, tiene que depender de Paqui, Toñi o José. Bueno, la Paqui, la Toñi o el José, porque si así es como los llama la Ángeles, el auténtico Caudillo que gobierna e impera desde Alcosa, allende los mares, ya se puede poner el Ministerio del Interior y de Gobernación como quiera, que el Curro (don Francisco Pino) tiene que llamarlos así también.

Es curioso que ahora no tenga ganas de comer apenas, que con una frutita ya aguante. Siempre leíamos los Zipi y Zape y otros comics de Carpanta. Me decía (y me dice, cojones, que no se ha muerto, que sólo está ingresao), que Carpanta es su personaje favorito, porque le recuerda a él cuando chico, después de la guerra, harto de hambre y pedigüeño con sus hermanos y su madre. Yo me reía mucho cuando me los leía, porque empezaba a soltar carcajadas con cada ocurrencia del cómic -tebeo-, y no podía seguir avanzando viñetas. Don Pantuflo también le gusta mucho.

Mi tío, sentado también esperando que mi abuelo terminase la sosa sopa de verduras y el recocidísimo trozo de merluza, bajo en potasio y en ganas de animar al paciente, me preguntó "¿Llegaremos como él? ¿A los 87?" y le dije que me daría vergüenza, con lo bien que hemos vivido de jóvenes, en comparación con él, no acercarme aunque sea un par de años por debajo. "No, me refería a la cabeza, por dentro". Ahí sí que ya no lo sé, porque los de ahora tenemos una de gilipolleces con complicarnos la vida, que demasiado cuerdos estamos más de uno.

Bueno, Subteniente, no sé si la puta vida va a tardar mucho o no en darnos el susto definitivo, pero haga usted el favor, y sígame leyendo una historieta de esas de, Carpanta, que yo seguiré a sus órdenes, esperando el final de la guardia.





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