La llegada fue fresca, recién anochecido. Gerald Brenan comenta en su diario que sufrió fatigas, mareos y una bajada de tensión al llegar a Yegen. Yo he tenido mejor suerte. Pero le comprendo. Casi reviento la caja de cambios entre la segunda y la tercera marcha. Eso es conducir en la sierra. Él vino en burro desde Málaga y un buen trozo andando. Meritazo. Hay que ser muy... hispanista. El paisaje es precioso, incluso oscurecido. Reconozco que solo he venido por la curiosidad, después de leer 'Al Sur de Granada'. Hay casi un siglo de diferencia, lo sé. Pero este pueblo y la mayoría de los que hay cerca han cambiado muy poco. Mejores carreteras, más electricidad y un par de autobuses rutinarios de la Junta de Andalucía.

    El hotel es uno de esos caserones reconvertidos en apartamentos. Precioso. Y auténtico. Prometo no utilizar más ese adjetivo. No quiero parecer el típico urbanita que visita un pueblo como el explorador de lo exótico, el descubridor de la verdad de lo simple. No, eso se lo dejo al cateto que acaba de descubrir Zahora. Llego de noche, como decía, lo justo para cenar, ducharme y escribir un rato. Algo para leer, también. La cena es en el mismo hotel. Le han puesto al bar el sufijo de "gastro" delante, pero es mentira. En este bar se come bien. Demasiado bien. No puede ser un gastrobar. Hay un camarero canoso y medio calvo, hermano de la señora que nos dio la bienvenida con el encantador acento heredado en las faldas del Mulhacén y el Veleta. Un joven en la barra pregunta qué le pasa al WiFi. En una mesa, un señor también escaso de pelo se toma en silencio una cerveza con una tapa. Descubrí que era una tapa cuando vino la mía, por el tamaño me pareció un plato de menú. Lee su móvil también. Silencio. A veces viene la música del televisor, cuando vuelve la internet (no soy feminista, es por no decir "la red"), y el Youtube retoma la actuación de Shakira y Jennifer López en la última Superbowl. Buenas cachas. ¿Lo ven? No soy feminista. El joven habla de su abuela con el camarero. Saca una retahíla de familiares, con apodos y nombres, y los pone sobre la barra. Pues dale recuerdos a tal. Vienen dos chicas que han pedido para llevar. Se van. Pero, al rato, vuelven para tomarse una cerveza allí mismo. Tres chavales jóvenes, apenas treinta, parecen haberse dado cita con el primero, esquinado en la barra, que ya llevaría media hora. El encargado del hotel es uno de ellos. Me pide disculpas por los fallos del Youtube. «A partir de la semana que viene nos ponen la fibra óptica en el pueblo». Se lo agradezco. No es a JLo ni a Shakira lo que venía buscando a las Alpujarras. Aunque cruzárselas mejoraría el panorama. Por cierto, me acabo de enterar que son más de una alpujarra. Treinta y tres años tengo y aprendo como los niños nuevos, con la voz del Google. Los platos son enormes. Mañana hay que pedir menos. O no. Vuelve el Youtube, pero ahora el chaval pone un documental muy antiguo sobre Gerald Brenan. Vuelve al pueblo en 1982. A los amigos les llama la atención su pueblo tanto como a mí. Empiezan a nombrar calles y reconocer casas, algunas sin tirar. Sale una chica en falda corta. «Mira, esa es Margarita, la inglesa». Estaba de buen ver, como reconocen todos. Ahora mismo dudo mucho que se ponga falda corta. Si se sigue vistiendo sola. O si sigue, a secas. Dejamos el documental, mi mujer y yo, por ahí. Lo buscaré en casa. Saludamos a los descendientes de esos personajes del relato costumbrista de Brenan, que quedaban los viernes en la tasca para hablar de mujeres y de sus cosas. Las cosas de Yegen.

    Los techos son altos, de esos que están sostenidos por vigas gruesas y traviesas de madera. Puros troncos, casi sin embellecer. Paredes encaladas de arena granulosa a la que el gotelé intenta imitar desde los ochenta y no lo consigue. Quizás a esta arena le sobresalen más los bultitos. Hasta media altura, rocas de caliza amarillenta le dan el único color a la pared. Mi mujer me pide que deje de escribir y apague la luz, que no llevo ni una noche, que es imposible que me haya inspirado tanto. O si es por la siguiente novela, que entonces se calla. Pero no, es Yegen. Apago y mañana seguiré.

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