Te toca hacer un estudio de cobertura WiFi en un hospital infantil un lunes. Y pasas los pasillos sin querer mirar a las habitaciones, ni las incubadoras, y aprietas los ojos cuando lees "Oncología", como si dejara de existir si tú no lo ves. Y ves caras de padres. Y lo que no querías, la de un niño. Sales de allí sin apenas hablar con el cliente, vuelves a tu casa a 130 (140 en líneas rectas). Al llegar coges en brazos a tu hijo. Lo besas. Se ríe. Te fijas en su sonrisa. Y lo lanzas arriba. Otra vez. Muy alto. Y vuelve a reírse. Y no te das cuenta de que se te ha escapado una lagrimilla mientras tú también reías. Miras la cuna cada dos minutos. No le pasa nada. Suspiras. Por la noche, después de taparte con una fina sábana para protegerte de todo lo que hay fuera, juras y prometes que no volverás a decir que tienes mala suerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario