Mi compañera llegó el jueves de un viaje a Nueva York. Antes, me encargué de suministrarle toda la información necesaria y le asesoré con estos cuatro o cinco posts que publiqué cuando me dio por convertir el blog en una agencia de viajes dedicada a los paseos y el aprovechamiento del Google Maps:



Eran artículos muy diferentes a como los escribo ahora, con la etiqueta "Viajes". O "Rutas". Me parecen un muermo por la ingente cantidad de información que se da en tan poquito tiempo, imposible de asimilar cuando lees con el móvil en la mano. Peeeeero, son muuuy buenos como hoja de ruta. Las fotos sí están chulas. Las elegí yo, claro.



Como un niño caprichoso, antojadizo, me entraron ganas de coger la puerta de embarque y pegar un salto hasta los pies de aquella gigante entorchada, que parece mirarte desde que te vas acercando.

Me he leído, otra vez, las cinco partes de las rutas por Nueva York. Hasta he retocado trozos que no me han gustado al releerlas.
Pero, lo mejor ha sido volver con un artículo de CNTraveler en el que daban el pésame a los amantes de la cadena de restauración Dean & Deluca. Un servidor entre ellos. Aunque solo haya disfrutado de un sándwich de sus estantes. Tan bueno era. Le llamarán gourmet, supongo. Diferente. Con salsa de pesto y cierto sabor a pizza. Lo sumé a una focaccia de la tienda "Vesubio" -porque no llega a ser un restaurante, es más bien un local donde venden trozos de pizzas, focaccias, pasteles...-, mucho más auténtica, sentado en un poyete de un escaparate. Uno de los cientos del Soho que torpedean el paseo y ralentizan el ritmo a golpe de Macs, bolsos de Louis Vuitton, libros de Taschen y zapatillas de Adidas. 


El peso de una galleta (cookie) apedreada con chocolate me impidió levantarme en un rato. El sol (no tan fuerte como en mi ciudad) tampoco me ayudó. Y, definitivamente, una de las tradiciones más raras que tengo cuando voy de viaje: ver pasar a la gente. 

¿Alguien en Nueva York se habrá parado a fijarse en la gente? Aparte de los personajes de las películas de Woody Allen, que, ennortados por la lujuria, el amor irracional o una cadena de catastróficas casualidades, observan la vida en Central Park o en las aceras de los hoteles más rimbombantes de la 5th Avenue. O el GreenVillage, el barrio pijo que subió como la espuma entre los 70' y los 90'.
¿Hay alguien que se haya fijado en los obreros que se meten en esas chimeneas de humo que salen de las alcantarillas? Ese submundo lleno de leyendas que surgen de Gotham, la Nueva York más corrupta, a la par que friki.
El chico latino que se baja la gorra de plato y agacha la cabeza, mientras agarra su monopatín entre las piernas, de pantalones casi bombachos, deshilachados, en cada embestida del vagón que nos lleva a Union Square.
Carmen y Rosa discuten sobre si pedir un aumento. Con "lo que hay, no llega ni para el domingo". "Allá donde vivía Jorgito estaba peor, pero aquí me falta un poquitín". Inventarte una historia con esas tres frases. Y pensar en Jorgito.
El toro se llena de chinos. La foto tocándole lo suyo tiene lista de espera y, al final, sale borrosa, por las prisas. Sin que lo sepas, tienes todo el tesoro de América escondido a pocos pasos, en lingotes de oro como los de las películas de John Ford, protegidos por gorilas que no cabrían en el armario empotrado donde tengo mis chaquetones.


Los asientos vacíos del ferri hasta State Island tienen entre todos una enciclopedia de historias, de idas y venidas, de guiños a la Libertad, de mochilas universitarias que acabaron exprimidas bajo el arco de Washington, tirados en el césped.
Historias del estudiante de Yale que dejó Derecho por el teatro de Minetta Lane; el mármol y la piedra fría de los juzgados de "Damages", por el ladrillo visto, caliente, y las cajas negras del callejón donde empezaron los bohemios con el rollo de teatro independiente, pero subvencionado por la mecenas del barrio.
Sin estudiar Derecho, ya no hay para meriendas en Meatpacking, ni fiestas gays en Stonewall. Y, entonces, es cuando ves Nueva York como un escenario vacío, al que le has quitado el espectáculo del dólar y solo te quedan las historias que hoy he preferido recordar.

Sin subir a ningún rascacielos, puedes ver la ciudad. En el metro, en un bar de conciertos de jazz en directo, en el abrazo de una viejecita en la misa Harlem donde te dan la bienvenida como uno más (una misa humilde, nada de tablaos y escenarios para turistas), en la cara de una dependienta latina o hindú, en la parsimonia y el flow del "nigga" que camina con más ritmo que tú bailando cualquier canción este fin de año, y siempre con gorra -nunca de los Yankees, eso es de blancos-.
El chico de madre puertorriqueña que lleva un Uber, escuchando una cadena de radio en español, el GPS en su iPhone y un Niño Jesús junto al volante, protegiendo la ruta. Pero te pide que hables en inglés ¡no seas racista!



Hay sitios a los que uno quiere volver. La mayoría de las veces es para repetir momentos, sitios, experiencias. Por más que voy a Roma, mis paseos siempre serán los mismos: las mismas piedras sagradas y los mismos trozos de acera pisados.
En mi caso con Nueva York, sería para hacer otro viaje completamente distinto. La ciudad te lo permite. Hay mil posibles combinaciones. Hay mil historias que viven a ras de suelo.



Nota: Si quieres saber todo lo que puedes conocer en Nueva York, visita los cinco enlaces del principio. Muy recomendables si planeas un viaje próximamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario